El consuelo del amor

toribio
4 min readMay 19, 2024

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Escribe Rosario Bléfari en Diario de la dispersión: «ojalá pudiera, con las mismas piezas que tengo, fabricar un vehículo eficaz», y lo hace en domingo. Hoy es domingo también, pienso, y siento que me elevo como Remedios la Bella: Bléfari es mi misa y mi sol.

Conocí a Rosario Bléfari un día de visita a Lata Peinada, cuando aún tenían sede en Madrid. En una de las mesas de novedad, exponían su Diario del dinero, que lo publica Mansalva. Al llegar a casa, y sabiendo que Bléfari hizo música, me puse a escuchar con detenimiento las letras de sus canciones. Mi canción favorita de las suyas es «Viento helado»: «Estar en serio dentro de un amanecer / constantemente de su modo asombrados». La escritora nacida en Mar de Plata no se caracteriza por abordar el tema del amor de manera frontal o única en sus composiciones literarias y musicales, pero está ahí como una declaración de intenciones: fuera de foco. Los temas predilectos de Bléfari siempre aparecen así, camuflados o entre bambalinas.

Estos días pasados en los que hay quien piensa que flota en el ambiente una energía perturbadora, tan solo siento que lo que se encuentra suspendido en el aire es el amor, una manifestación de él o Los manantiales, el disco nuevo de Daga Voladora. Pienso ahora, aunque sea tan solo un momentito, en la melodía de «Me vi penando», cuando dice Cristina Plaza: «Nadie puede cantarte como yo te canto».

El otro día pensé en cómo sería decirle a la persona de la que estás enamorada que así son las cosas, en cómo estructurar el relato. ¿Por dónde empezar, por el día en el que te caes del caballo o por el día en el que crees que te caíste del caballo? Sentir amor por alguien y no decírselo resulta que incapacita, es la peor de las enfermedades. En mi caso —estando en pareja, y siendo una monógama de rancio abolengo—, también creo que es un ejercicio, o una suerte de recordatorio, que se ha de hacer cada cierto tiempo, por si a alguien se le olvidase el argumento de la historia tras comprar leche de avena en el supermercado.

Todo esto me hizo pensar en quién he sido yo cada vez que me he declarado a alguien y también en quién he sido yo cuando no me he atrevido a hacerlo. Las veces que lo he hecho no siempre han salido bien; las que no, siempre han resultado fatal y ha terminado por anidar el barro bajo las uñas y convertirse en una especie de música tonta que alguien pincha al inicio de cada nueva relación y en el momento menos oportuno, claro. Como si de pronto alguien en una fiesta pone Mambo No. 5, un bajón.

También me hizo pensar en las declaraciones de amor por persona interpuesta, es decir, cuando lo que sientes por alguien ya te es viral y se lo cuentas a otra persona como puedes, cuando puedes, donde puedes. Y digo alguien —y no alguien íntimo o en particular— porque los apuntes sobre el amor salen un poco a borbotones cuando una menos espera que suceda y con quien menos podría figurarse que pasara. En ese momento, una va tocando los palos flamencos que se sabe, y se siente tanta torpeza y hay tanta presión por no perder de vista la tensión narrativa y la atención de la interlocutora…

Volviendo a Bléfari, la entrada de diario de ese domingo se cernía sobre la idea de la narración: «Todo me parece anterior, referido a una época que ya no existe (…) la lengua como un misterio de melodías, respiraciones y ritmo». No es poca cosa entonces que Cristina Plaza dijese lo de: «Nadie puede cantarte como yo te canto», y que debamos matar a la interlocutora tras contarle nuestra historia o dejarla viva bajo amenaza de muerte. Si algo sé de la primavera —porque esto es lo que está copando el ambiente, no otra cosa, es casi todo, diría, hormonal— y de las declaraciones de amor es que hay que apiadarse de una misma y entender que es mejor ser práctica:

  1. Declararse es siempre mejor en persona.
  2. Declararse es siempre mejor cuando te quitas la tierra del culo tras caerte del caballo. Haz que sea viable, que no pasen cien años.
  3. Declarase es siempre mejor de una y no por persona interpuesta. Por persona interpuesta se puede volver adictivo: te narras una y otra vez y dejas de hablar de lo que sientes por la otra persona para hablar de ti. Entras en un relato narcisista que no le interesa a nadie, te vuelves una turras.
  4. Declararse es siempre mejor en presencia de una canción.
  5. Declararse es siempre «fabricar un vehículo eficaz, con las piezas que se tienen».

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